Joseph caminaba nervioso por el almacén de regalos. Era uno de los pajes personales de Baltasar y había perdido una cosa muy importante que el rey mago le había encargado guardarle; una carta de los Reyes Magos.
El motivo por el que esta carta de los Reyes Magos era tan especial no era otro que porque era la primera que había llegado a manos de Baltasar ese año, y el buen rey siempre tenía en gran estima a los niños y niñas que enviaban sus peticiones con tiempo.
Tras varias horas dando vueltas por el almacén y preguntando a los ayudantes de la corte por si habían visto la carta de los Reyes Magos desaparecida, decidió ir a donde Baltasar y contarle lo que había sucedido.
La puerta a la habitación del gran rey estaba abierta y dentro este, sentado tras un enorme escritorio, tomaba una taza de leche caliente a la vez que leía detenidamente las cartas que tenía sobre la mesa.
– Pasa Joseph, pasa- dijo Baltasar ofreciéndole tomar asiento.
– Oh, gran rey, tengo malas noticias…
– No serán tan malas, ¿qué ha sucedido?
– He perdido la primera carta de los Reyes Magos que os llegó y no logro encontrarla- dijo el paje en tono triste.
El rey no pudo evitar soltar una carcajada y ante la mirada de sorpresa de su fiel servidor señalo sobre la mesa; a uno de los laterales. El paje no tardó en ver allí una carta apartada ligeramente de las demás.
– ¡Esta es la primera carta de los Reyes Magos que os llegó! – dijo sorprendido.
– Y tanto que lo es. La culpa es mía, mi buen amigo. Me gustó tanto la carta que te la mandé guardar para releerla al termina la Navidad. Y sí, así te lo dije y te la ofrecí, pero días después no recordaba que había pedido la muchacha de la carta, así que fui a buscarte para que me la dejases un momento.
Recorrí el palacio y no te vi, pero si encontré tu bolsa de cartas y tras rebuscar un rato di con ella. En ese momento quería leerla, pero ya sabes como es esto de ser rey, siempre hay alguien que te necesita, así que la guardé en mi zurrón para leerla más tarde y olvide decirte que la había cogido.
Sientiéndose aliviado, Joseph suspiró y se puso en pie.
– Solucionado el problema, dígame su majestad, ¿qué debo hacer ahora?
– Relajarte querido amigo, toma un vaso de leche y prepárate; pues la Navidad está cerca.