Cuento de nuestro amigo: Nicolau Mira
La noche que el niño Jesús nació había una noche de quietud infinita. Todo el firmamento brillaba, pero en especial había una estrella deslumbrante que parecía señalar un lugar muy especial.
Y así era. Aquella estrella nació para guiar a sus tres majestades los Reyes Magos de Oriente. Quienes anunciados en sueños por Ángeles prepararon sus regalos, sus comitivas, con sus grandes y completas alforjas para emprender aquel largo viaje sin mapas. La estrella en el cielo palpitaba como ninguna otra y su estela se alargaba con el paso de las noches. Aquello parecía indicar el progreso del camino.
Ya estaban cerca de Belén y el buen tiempo acompañó durante todo el trayecto. Melchor, Gaspar y Baltasar junto a su comitiva, a pesar de haber recorrido tanto, no estaban para nada cansados. Pronto verían al Rey de reyes, al niño eterno, quien prometía salvación y amor para un mundo mejor. Pronto verían a la persona que había venido a cambiar para mejor el mundo.
Llegaron al portal y de lejos ya cegaba su luz. Al verlo sus corazones se agrandaban y calentaban. Sin duda…Era un niño especial. Al mirarlo y tocarlo estando junto a su madre, provocaba una infinita ternura y de él emanaba una fuerza especial.
Le entregaron los regalos. Era una familia muy humilde y no tenían ningún afán de riqueza, pero sí mucho agradecimiento.
El oro les daría para sustentar al pequeño. La mirra era una pócima que curaba muchos males y con aquello se aseguraban una buena salud y cuidado del pequeño. El incienso purificaba el ambiente del hogar y perfumaba sutilmente las estancias durante mucho tiempo. Además era un buen repelente para los insectos en días de calor.
Y con eso la familia quedó feliz y asombrada por tan maravillosos y útiles regalos. Los tres Reyes pasaron todo el día descansando junto a la familia, dándole pequeños al niño y comiendo dátiles dulces para reponer fuerzas y reemprender el viaje de vuelta. Cogieron sus alforjas, prepararon sus camellos y tomaron el mismo camino que habían recorrido durante largo tiempo, esta vez en dirección inversa.
Esta vez sin la estrella, ni rastro de su estela. Cuenta la leyenda que los tres Reyes y sus séquitos vieron caer y recogieron parte del residuo de la estela de la estrella y lo metieron en botes de cristal.
Todavía a día de hoy se comercia con ellos. Gracias a la estrella de Belén, hoy día, tenemos el polvo de estrella, más conocido vulgarmente como purpurina, que tanto gusta en adornar nuestras Navidades.
Los Reyes Magos recogieron toda la purpurina que pudieron para recordarnos cada Navidad lo que somos. Diminutos puntos que dispuestos en la superficie juntos, reflejan y proyectan la luz. Y que incluso brillan de manera más fuerte y especial en entornos tenues y oscuros.